desdelaindia

a veces parece que llegué ayer... y a veces se me olvida que estoy en India...

lunes, mayo 01, 2006

ideas desordenadas



“El hiyab es un código de vestimenta femenina islámica que establece que debe cubrirse la mayor parte del cuerp y que en la práctica se manifiesta con distintos tipos de prendas, según zonas y épocas. En sentido restringido, designa una prenda específica moderna, llamada también velo islámico. El término hiyab procede de la raíz arabe, que significa "esconder", "ocultar a la vista" o incluso "separar": da lugar también a palabras como "cortina" o "pantalla", y por tanto su campo semántico es más amplio que el del castellano "velo".

Los que creéis: no entréis en los aposentos del profeta si no se os ha invitado a comer, ni sin que sea el momento. Pero cuando se os haya invitado, entrad, y cuando hayáis comido, salid sin daros familiarmente a la conversación(...) Y cuando les pidáis algo a ellas hacedlo detrás de un velo: es más puro para vuestros corazones y para los suyos. No podéis ofender al enviado de Dios ni casaros jamás, después de él, con sus esposas. Ello es, para Dios, un gran pecado. (Corán, 33, 53).

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De este versículo nace la idea de que las mujeres deben cubrirse la cabeza, o incluso el rostro (dando lugar a prendas como el burka), a pesar de que la admonición divina se refiere solo a las relaciones de los creyentes con las mujeres del profeta y de que aquí la palabra velo alude claramente a una cortina y no a una prenda. De hecho, la palabra hiyab aparece siete veces en el Corán y en ninguno de los casos se refiere al atuendo femenino, para el que se utilizan otros términos. Sin embargo, ninguno de estos alude específicamente a cubrirse la cabeza o la cara. Un versículo cercano al anterior dice así:

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Profeta: di a tus mujeres y a tus hijas y a las mujeres de los creyentes que se ciñan sus velos. Esa es la mejor manera de que sean reconocidas y no sean molestadas. Dios es indulgente, misericordioso. (Corán, 33, 59).

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Di a los creyentes que bajen sus miradas y sean castos. Esto es lo más conveniente para ellos. Dios está bien informado de lo que hacen. Di a las creyentes que bajen sus miradas y sean castas, y que no muestren de sus adornos más que lo que se ve. ¡Que cubran su pecho con sus velos!.(Corán, 24, 31-32).

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El versículo no decreta la obligación de taparse la cabeza sino de cubrir el pecho, usando para ello los pañuelos de la cabeza. Aparentemente, por tanto, el hiyab del Corán no se refiere nunca a que las mujeres deban cubrirse la cabeza o la cara, sino que alude en términos generales a utilizar un atuendo recatado, no tanto por una cuestión sexual (pecado) como social, pues las normas de vestimenta que impone a las mujeres sólo son válidas si éstas están en presencia de personas que no pertenezcan a su círculo familiar o doméstico. No es una exigencia original: abstenerse de mostrar el cuerpo en demasía o cubrirse el pecho son exigencias de atuendo que se pueden encontrar en ámbitos tradicionales cristianos, judíos, hindúes u otros.”

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A veces me despierto intolerante y no entiendo bien esta manía de esconder sensualidad aún a costa de sufrir un desmayo... o un desabril... “Será mayo más duro que abril”, pregunto ingenua al constructor de la cantina de Bathalapalli. “Tranquila! nunca pasamos de 52 grados”, contradice al aliento de mis ánimos. Y a mí me sobra el pañuelo en la cabeza, la túnica vasta hasta las rodillas y el pantalón ancho hasta los pies, pero me siento más cómoda tapadita.

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Los hombres visten sus lunghis recogidos por encima de las rodillas, las mujeres alternan sarees y punjabis, pero ambas prendas esconden sus “carnes” de cualquier mirada lasciva. También las protegen del incesante sol vertical, justifican algunos. La cosificación de la mujer, metros y metros de saree, curvas disimuladas y hombros ocultos. Anoche una mujer musulmana me abría el corazón detrás de su burka. Parvati, se llamaba. No podría reconocerla si la viera de nuevo, sólo intuía unos ojos oscuros detrás de su velo negro, y a pesar de tan tupido disfraz distiguí una gran sonrisa.

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Son como manchas andantes, mujeres desdeñadas, desapercibidas, o así las veo yo hoy. Parvati me preguntaba mi nombre mientras me daba la mano, y con él entonaba una canción que ya otras veces me cantaron... (sonia gandhi, claro! parece que todo el mundo aprecia la voluntad de esta señora... “indian name”, me dicen por aquí, aún siendo la susodicha de origen italiano).

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Su marido la llamó desde la puerta de la tienda, cargaba una niña en los brazos, y dos más, también niñas, correteaban detrás del padre con expresión de inocencia. Y él me pareció un buen tipo a pesar de su condición de varón en tan desfavorables circunstancias para mi transigencia. Es cosa mía, cuestión de tolerancia, de entendimiento de culturas, pero a veces me cuesta. Yo sé que los hombres no son responsables de lo que está pasando, no podemos atribuirles la culpa porque tanto ellos como ellas defienden, aceptan y potencian esta cultura. Y hasta me parecen victimas de sus propias exigencias, pero nacer niña simboliza mal karma, no sólo para la niña sino también para la propia familia, (“I have one boy and three mistakes”, le decía un hombre a sergio aludiendo a su descendencia).

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Una niña supone una gran carga para los padres que han de pagar cuantías desorbitadas para poder casarlas. Un matrimonio entre parientes evita el pago de la dote, pero la combinación genética resulta letal. Tantos niños con parálisis cerebral, malformaciones congénitas, pies equinos, cegueras, sorderas, autismos... (en la escuela de Kuderu hay niños que no pueden mover ni un dedo, sus cuerpecitos están completamente deformados y sus miradas son tan profundas que uno consigue adentrarse en ellas y recibir más cariño del que muchas veces somos capaces de dar, aún facultados por todos los miembros de nuestro cuerpo).

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Otra solución no menos drástica es la de pedir un préstamo, porque pocas veces se llega a devolver, y el hombre se ve inmerso en una situación en la que la única salida es el suicidio, ya que la deuda es nominativa y no transmisible. Hace unos días esperaba en la estación a unos amigos que llegaban de Hampi. Era ya la una de la mañana y la estación estaba tranquila, sólo quedaban los que duermen habitualmente en ella, que no son pocos, el kilométrico tren recien llegado de Guntakal y unos cuantos transeúntes que esperaban el Hampi Express con destino a Bangalore. De pronto un hombre saltó a la vía justo en el momento en el que el tren de Guntakal partía rumbo al sur, pero por suerte o por desgracia, la policía está siempre alerta y sacó al hombre entre bofetadas y palos de entre las ruedas. Y el hombre lloraba, quizás no tanto por los palos como por el fallido intento de acabar con su vida y consiguientemente con la deuda contraida. O tal vez fuera una caida fortuita y una llanto de alivio por la vida recuperada. Nunca se sabe pero al final, por una razón u otra, todos acaban siendo víctimas de su propio sistema de castas (que por otra parte, no es muy diferente al que tenemos montado en occidente).

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Nosotros somos la casta superior. Cuando tocamos a un “intocable” se sacuden la cara como propinándose pequeñas bofetadas y se arrodillan para tocarte los pies. Me incomoda esta reacción, como la insistente manía de llamarme madame. “Sonia!, me llamo Sonia, les digo”. Y lo único que he conseguido es que me llamen “sonia madame” que no me resulta mucho más cercano. Entonces les llamo yo a ellos Sir y se ponen nervisísimos y me dicen: “No sir, madame, no sir”.

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Lógicamente las cosas en India son diferentes. Nos asombramos de lo mucho que nos cuesta entender a los indios. Más de 10.000 kms nos separan y todavía nos sorprende la falta de coordinación, el “todo para mañana”, los pedos espontáneos en una reunión de trabajo y las uvas a 10 rupias. Aquí no les ponen nombre a los niños hasta que cumplen un año, a veces tres. Y en las zonas más turísticas la temporada baja la cobran más cara. La fotocopia en blanco y negro cuesta 3 rupias, si pides 100 te cobran 4 por copia. El trabajo shanti shanti, no me imagino a un indio estresado, con excepción de Srinivasa, el constructor de Raptadu, que chasquea los dientes repetitivamente mientras se rasca la entrepierna. Es inofensivo, y buena gente, pero a veces me impone su mirada insistente y ese “ok madame, que repite constantemente”.

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En fin, que a veces me parece que llegué ayer y otras se me olvida que estoy en India...