a mis amigas del colegio
*Ya he llegado a Calcuta... Y por esto o quizás por el tiempo que llevo lejos de casa, me he acordado de mis amigas del colegio especialmente. Ester, ahora en Bruselas, y Toyita, Dolo y Blanqui, en Valencia. Estoy aquí para trabajar con la Fundación de la Madre Teresa, hoy he podido visitar la Casa Madre, el lugar donde viven las monjitas de la Hermandad y donde vivió Madre Teresa. Ha sido muy emocionante para mi, a pesar de mis divergencias con la Iglesia y su disciplina eclesiástica. De alguna forma me ha trasladado a mis años de colegial uniformada (y formada en la cristiandad) y a nuestras aventuras vividas en el colegio, fuera del colegio, gracias al colegio y a pesar del colegio... Tantas experiencias que hemos pasado juntas, tantas risas, tantas lágrimas, tantas cervecitas, tantos bocadillos de tortilla de patata en la Pérgola de la Alameda, las excursiones a Bétera, los primeros cigarritos, los primeros amores, Jardines del Real, Distrito, Up & Down, el bar Costa, las monjitas del cole, Montse, Adela, Caridad Botella!... En fin, tantos recuerdos, tanto compartido y tanto por compartir... Estaba sentada frente a la tumba de la Madre Teresa, enterrada dentro del convento en una bonita habitación junto a un patio y sentía cómo la emoción contenida brotaba a través de mis ojos, y las sentía más cerca a pesar de los quince mil kilómetros que nos separan.
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Desde aquí todo se ve tan diferente. Calcuta es la ciudad más pobre que he conocido hasta ahora. Los barrios están repletos de gente que duerme en la calle cada noche, sin ropa, sin comida, rozando la locura o buscando a manera de evadirse de la cordura para poder soportar las condiciones en las que viven. Salir a la calle es una aventura. Es imposible no tener un niño pegado a tus faldas pidiéndote algo con que llenar el estómago, o una mujer semidesnuda y descalza portando a un niño entre los brazos que mama mientras se deshidrata por el calor y la humedad de esta maldita ciudad, al tiempo que deshidrata los senos de la mujer que ya no tiene leche para dar a su bebé. Y la vida sigue. En cualquier parte del mundo la vida sigue como si nada de esto aconteciera, como si estas personas no tuvieran los mismo derechos, las mismas necesidades, la misma capacidad de sufrimiento que tenemos nosotros. Y yo me doy cuenta ahora que estoy aquí, a pesar de la educación que he recibido, a pesar de la televisión, a pesar de lo leído. Y lo peor no es eso. Lo peor es que probablemente vuelva a casa y recuerde Calcuta, o Delhi, o Bombay, o cualquiera de los lugares que he conocido como un capítulo más de mi vida, que me marque, pero que la perspectiva de la distancia y la tentación del consumismo desmesurado me hagan olvidar lo importante que son todas estas personas y lo diferentes que son sus vidas. En occidente se habla de "crear necesidades", las empresas las crean para potenciar aún más este modo de vida, este desequilibrio que nos aleja tanto de otras realidades. Pero las necesidades están ya creadas, son las que son, y están aquí, allí, no es necesario crear nuevas necesidades porque la realidad supera la ficción, y todo lo que podamos imaginar como necesario (aparte de comer, dormir y sentir) no es más que el producto de nuestra sociedad.
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No sé cuanto tiempo estaré en Calcuta, ni si voy a ser lo suficientemente fuerte como para soportar el trabajo con gente que está más cerca de la muerte que de su propia vida, o con niños autistas, disminuidos, tuberculosos, pero lo voy a intentar. En cualquier caso, en tan solo 20 días puedo pasar a ser una inmigrante ilegal, como los que tenemos en casa, a pesar de que mi trabajo aquí sea de lo más productivo (es lo que tiene esta división política y económica que hemos hecho en nuestro planeta, el trazado de líneas imaginarias que nos limita las estancias y los derechos así como las libertades), así que mi estancia aquí no será de más de quince días. Después marcharé con Iñaki y con Esther rumbo a Nepal para renovar nuestros visados, que casualmente, por una de esas mágicas danzas de la realidad de las que habla Jodorowsky, caducan al mismo tiempo.
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Desde aquí todo se ve tan diferente. Calcuta es la ciudad más pobre que he conocido hasta ahora. Los barrios están repletos de gente que duerme en la calle cada noche, sin ropa, sin comida, rozando la locura o buscando a manera de evadirse de la cordura para poder soportar las condiciones en las que viven. Salir a la calle es una aventura. Es imposible no tener un niño pegado a tus faldas pidiéndote algo con que llenar el estómago, o una mujer semidesnuda y descalza portando a un niño entre los brazos que mama mientras se deshidrata por el calor y la humedad de esta maldita ciudad, al tiempo que deshidrata los senos de la mujer que ya no tiene leche para dar a su bebé. Y la vida sigue. En cualquier parte del mundo la vida sigue como si nada de esto aconteciera, como si estas personas no tuvieran los mismo derechos, las mismas necesidades, la misma capacidad de sufrimiento que tenemos nosotros. Y yo me doy cuenta ahora que estoy aquí, a pesar de la educación que he recibido, a pesar de la televisión, a pesar de lo leído. Y lo peor no es eso. Lo peor es que probablemente vuelva a casa y recuerde Calcuta, o Delhi, o Bombay, o cualquiera de los lugares que he conocido como un capítulo más de mi vida, que me marque, pero que la perspectiva de la distancia y la tentación del consumismo desmesurado me hagan olvidar lo importante que son todas estas personas y lo diferentes que son sus vidas. En occidente se habla de "crear necesidades", las empresas las crean para potenciar aún más este modo de vida, este desequilibrio que nos aleja tanto de otras realidades. Pero las necesidades están ya creadas, son las que son, y están aquí, allí, no es necesario crear nuevas necesidades porque la realidad supera la ficción, y todo lo que podamos imaginar como necesario (aparte de comer, dormir y sentir) no es más que el producto de nuestra sociedad.
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No sé cuanto tiempo estaré en Calcuta, ni si voy a ser lo suficientemente fuerte como para soportar el trabajo con gente que está más cerca de la muerte que de su propia vida, o con niños autistas, disminuidos, tuberculosos, pero lo voy a intentar. En cualquier caso, en tan solo 20 días puedo pasar a ser una inmigrante ilegal, como los que tenemos en casa, a pesar de que mi trabajo aquí sea de lo más productivo (es lo que tiene esta división política y económica que hemos hecho en nuestro planeta, el trazado de líneas imaginarias que nos limita las estancias y los derechos así como las libertades), así que mi estancia aquí no será de más de quince días. Después marcharé con Iñaki y con Esther rumbo a Nepal para renovar nuestros visados, que casualmente, por una de esas mágicas danzas de la realidad de las que habla Jodorowsky, caducan al mismo tiempo.
(*prestadas palabras de mi email a mis amigas del colegio)
1 Comments:
Esto me recuerda que tengo que llamar a alguien a quien quiero mucho.
Bellisimo!!!!!
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