desdelaindia

a veces parece que llegué ayer... y a veces se me olvida que estoy en India...

jueves, marzo 30, 2006

como esperando abril


Es curioso como funcionan aquí las cosas. Un hombrecillo de 85 años hablándote de arquitectura. Tiene un aspecto afable, mirada serena y manos cansadas, pero a pesar de su edad sigue encargándose de todos y cada uno de los departamentos de la fundación. El y su mujer, Anne. Eso tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, como todo. Pero quizá lo más curioso no sea su intromisión en la materia, sino lo de acuerdo que uno está con su forma de entender la arquitectura. -“Quiero salas amplias”- nos dice -“techos altos, mucha luz, ventilación, que corra el aire”- y ríe... y luego tose, y se balancea hacia atrás y a uno le da la sensación de que se va a caer... -“Todo el programa en planta baja”- continúa -“aquí terreno no falta; y quiero que todo gire en torno a patios, vegetación abundante, corredores junto a esos patios... vamos a crear pequeños pueblos de luz” -E ingenua preguntas:’pueblos? Vicente, pero si éste es el proyecto de un hospital...”- y ríe de nuevo- ”pueblos, que la gente se sienta en su casa estando en la oficina, en la escuela o en el hospital. A los indios les gusta verse, observarse, y tener espacios de reunión”. Y entre indicación e indicación se te escapa un “mañana”, y te cuenta lo que le ocurrió a uno que él conoció en Lisboa, cuando se le encomendó la misión de rescatar a varios presos indios procedentes de Goa, que dijo “mañana” y ya nunca lo contó. Tiene mil historias para dar. Aunque está cansado. A la fundación llegan cada año cerca de 1500 personas. Aquí hay sitio para todos. Todos quieren conocerle, y él los recibe a todos, pero me da la impresión de que esperan esa frase brillante que les haga cambiar sus vidas, ese consejo infalible venido de quien ha conseguido cambiar, o al menos “reparar” un trocito de mundo. Y Vicente no es infalible, y no siempre tiene esa frase brillante o ese gesto hospitalario que se espera de él. Su “revolución silenciosa” le ha costado muchos disgustos y su salud ya es frágil. David, su ayudante desde hace ya ocho años, le recomienda viajar a España o a otros lugares más frescos en estos meses de tanto calor. Pero él dice que su sitio es éste y de aquí no hay quien le mueva.
.
Abril está por llegar. Dicen que no hay mes más duro en Anantapur. También dicen que por las mañanas uno tiene que dejar preparados varios cubos de agua para poder refrescarse durante el día sin quemarse la piel con el hirviente agua que sale de las cañerías. Yo hace días que lo hago. No tengo una ducha en condiciones pero pronto te acostumbras a utilizar las palanganas que las señoras de la limpieza dejan en cada baño. Ahorras mucho agua de esta forma y aquí esto es esencial. Abril pasará y no será lo más duro. Quizá lo más duro sea ver como el monzón se olvida de Anantapur año tras año, dicen que el monzón pasa de largo.

Esta noche se escucha música española que sale de la habitación de Miriam... El silencio, la guitarra de Jordi y la música que sale de la habitación de la Miriam... Y los pitidos de los “security” de la fundación. Pasan toda la noche marcando las horas mediante golpecitos en las farolas del campus. Y pitan para comunicarse entre ellos y no quedar dormidos.

Miriam es otra voluntaria venida de Madrid... está colaborando en la construcción de una laguna con plantitas autóctonas cuyas raices depuran el agua del hospital de sida y la transforman en agua limpia para regar... Vicente está entusiasmado con este proyecto. También están Jaume, Lidia y Angel que han construido una cocina solar. Hoy, día de fin de año en India, la hemos inaugurado hirviendo agua para hacer un té. Y mañana nos han prometido un arroz. Y todo gracias a este maravilloso sol que a veces nos mata... 43 grados hoy... las noches no son mucho más frescas, pero es bastante soportable. Después de cenar cada uno se va a su habitación, al porche, dentro es difícil estar... y es entonces cuando nos empezamos a juntar... y acabamos “resolviendo” el mundo, o tocando la guitarra, o compartiendo nuestras experiencias con los visitantes que vienen y van... las visitas son muchas pero no suelen durar más de 3 días... desde aquí viajamos poco, es el mundo el que viene a nosotros, y escaparse a la ciudad ya es toda una aventura.


A veces siento que me juego la vida con cada excursión al super, o a la obra... coges un ricksaw comunitario, como una pequeña moto con sidecar incorporado, y en él podemos viajar hasta 15 personas, a veces más. A las turistas nos dejan un lugar sentado, pero ellos van agarrados de cualquier barra, o subidos al techo de lona. Desde dentro de perciben el peso de los cuerpos en la lona dilatada sobre nuestras cabezas. Y no hay normas de circulación. Quien pita más fuerte pasa, el que avisa tarde o mal pasa... el que no pita también pasa... las calles estuvieron asfaltadas algún día, pero ya no queda mucho de tanta prosperidad. Hay un cartel en el camino que va de Bathalapally a Kanekal que dice: “la cultura de un país se mide por sus carreteras” Es una manifestación de orgullo, la carretera a Kanekal está recien terminada, pueden presumir...

A la obra vamos en jeep, el jeep del departamento. Chandra, el conductor, es de los mejores de la fundación. Pita con moderación y casi no hace adelantamientos temerarios. Aunque a veces, encontrarse una vaca en medio de la carretera, al mismo tiempo que se cruza el carro tirado por búfalos, los niños que juegan al criquet, el camión rebosante de balas de paja, la gallina, la cabra, la señora descalza portando kilos de arroz sobre su cabeza, y el motorista transportista de huevos... es una locura. Por eso tienen tantos dioses. O porque tienen tantos dioses, en ese impasse en el que uno contiene el aire y se mantiene bien rígido por lo que pueda pasar, acaba no pasando nada. Y la vaca vuelve a su manada, el carro cruza, el niño alcanza la pelota, el camión sigue su curso sin perder ni una espiga, y los huevos siguen llegando enteros a la fundación... y uno vuelve a respirar... la vida es un regalo...

Esto es un circo y nosotros somos como el trapecista en el columpio. Desde ahí arriba lo observamos todo pero no nos acabamos de despeinar. Corremos el riesgo de caer a la pista pero en el fondo sabemos que si nos agarramos fuerte nada nos puede pasar, y en unos meses volveremos a nuestros paises, a nuestro sin fin de comodidades, y recordaremos Anantapur como la experiencia más bonita de nuestra vida. O tal vez no...